Berta Muñoz Cáliz
El teatro crítico español...
     

Capítulo segundo

CENSURA Y PRIMERAS VOCES DISIDENTES (1945-1958)

II. Los autores ante la censura (1945-1958)

4. Obras sometidas a censura de Lauro Olmo y Fernando Arrabal

Además, dos autores de los que trataremos con más detalle a partir del período siguiente presentan sus primeras obras en estos años: Lauro Olmo y Fernando Arrabal. Dado el escaso número de obras que presentan a censura y su menor presencia en la escena española de este período, hemos creído más adecuado incluir su producción en el período de desarrollo, aunque damos noticia aquí de sus obras censuradas en estos años.

4.1. Lauro Olmo

Por estas fechas, Lauro Olmo escribe varias obras (El milagro, El perchero, El león engañado, Magdalena y El león enamorado, además de la incompleta El rubí del inspector general), aunque sólo El león engañado pasará por la censura en este período. En el caso de El milagro, no hay constancia de que fuera sometida a censura antes de 1963, año en que fue prohibida; no obstante, ocho años antes, en diciembre de 1955, la obra fue estrenada en la Escuela de Capacitación Social de Trabajadores de Madrid, y anteriormente había sido representada en una taberna de la calle Delicias de Madrid [1] . A excepción de la pieza inédita y sin estrenar El perchero y de El rubí…, que no llegaron a presentarse a censura, el resto de obras citadas fueron sometidas a dictamen en años sucesivos.

En 1954 se presenta a censura la obra infantil Más vale maña que fuerza, escrita en colaboración con Pilar Enciso, que más tarde pasaría a llamarse El león engañado. La obra se autorizó con la calificación de “tolerable para menores de 16 años”, tras haber sido leída por el jefe de la Sección, José María Ortiz. Este señaló que su valor literario era “escaso”, la calificó como “Obra ingenua para distracción de pequeños espectadores”, y señaló cuatro tachaduras [2] .

4.2. Fernando Arrabal

El único texto de Arrabal que se presenta a censura en estos años es El triciclo, a pesar de que para entonces tiene escritos El laberinto (1956), Orquestación teatral (1957; que diez años más tarde se convertiría en Dios tentado por las matemáticas), La princesa (1957; anteriormente titulada Los amores imposibles), Los cuatro cubos (1957) o Concierto en un huevo (1958); además de las piezas primerizas anteriores a 1952 (El carro de heno, La techumbre o La herida perenne); textos todos ellos que no llegarían a pasar por la Junta de Censura durante todo el franquismo.

A finales del 56, se presenta por primera vez a censura un texto suyo: Los hombres del triciclo (cuyo título definitivo sería El triciclo), que se autorizó sin cortes para representaciones de cámara, unos diez días después de que la compañía Dido Pequeño Teatro presentara la solicitud. La obra fue valorada negativamente por los censores en cuanto a su calidad, aunque no la consideraron peligrosa. Según Emilio Morales de Acevedo, carecía de valor literario y era “una broma tan trágica como absurda”, en la que “los dos actos se reducen a diálogos estúpidos y reiterativos”; este censor finalizaba su informe escribiendo: “Como broma, puede pasar y aceptarse”, pues, en su opinión, este texto sólo podía ser “Obra de un bromista o de un perturbado”. Coincidía con esta apreciación Bartolomé Mostaza, que escribió: “Parece escrita por un loco o que se hace tal”. Este último, algo más informado que el anterior, encuadró la obra “dentro de la corriente del teatro de Ionesco”, y resaltó su nihilismo:

Destrascendentaliza” —sit venia verbo— todas las cosas humanas: el amor, la vida misma, la muerte. Desconoce el valor de la sociedad, de la religión. No asoma por ninguna parte la apelación a valores absolutos. Es como si la vida del hombre fuera para el autor una sucesión de casualidades. Los guardias hablan en camelo, como si así quisiera el autor dar a entender que la autoridad no tiene sentido ni lógica en sus actos. Nihilismo puro.

Sin embargo, finalizó su informe señalando que “No obstante, como experiencia teatral, la obra merece ser representada”, y argumentaba: “Es una muestra de hasta dónde puede llegar la técnica literaria del disparate”.

Como nota curiosa, cabe destacar que en la carta que acompañaba a la solicitud de Dido, la directora señalaba que quería incluir la obra de Arrabal en un programa de escritores españoles jóvenes junto con otra de un autor, también novel, funcionario del Ministerio de Información y Turismo, y años después, censor de teatro: Sebastián Bautista de la Torre.

A pesar de que la obra se autorizó, la crítica, como es sabido, no fue favorable. Años después, Arrabal comentaba lo que había sucedido con este estreno y las consecuencias que tuvo en su carrera: “me pegaron un palo tremendo. Si hubiera tenido éxito, tal vez me habría quedado” [3] . Paradójicamente, entre los críticos que enjuiciaron positivamente este montaje se encontraba Juan Emilio Aragonés [4] , el cual se incorporaría a la Junta de Censura teatral unos años más tarde.

 



[1] Berenguer, 1995, pág. 8.

[2] Dichas tachaduras fueron: “os dará ca... ca... galerita”, “se pasaban las horas haciendo burradas [y tuvieron montones de burritos]”, “no hay nada como la plata / ¿Qué? / ¿Cómo? ¿Qué he dicho? Que no hay nada como la patria, eso he querido decir”, y “¿Acaso creéis que soy como el Dios de los hombres, que puedo estar en todos los sitios al mismo tiempo?”. Se consideró además la posibilidad de prohibir la frase “aprovechad los momentos que os quedan; la vida es corta”, aunque finalmente el censor escribió: “vale”.

[3] Salvador Jiménez, “En París con Fernando Arrabal, español traducido a veinte idiomas”, Yorick, 15 (mayo 1966), pág. 10. Transcripción de una entrevista aparecida en ABC (22-III-1966). José Monleón comentaría la hostil recepción de este estreno: “Al final, cuando Arrabal salió al centro de la escena, los pies del público pudieron más que las manos. Arrabal inclinó ligeramente la cabeza y se marchó”. (En Monleón (ed.), 1965, pág. 91).

[4] Isasi Angulo, 1974, pág. 221.