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Berta Muñoz Cáliz
Expedientes de la censura teatral franquista
     
 

Prólogo

MOTIVOS Y ESTRATEGIAS:

 

LA CENSURA COMO MOTIVO Y LAS ESTRATEGIAS

DE LOS AUTORES COMO RESPUESTAS

————

Ángel Berenguer

Universidad de Alcalá

 

Regreso a los sesenta en los sesenta. Recuerdo la pasión teórica parisina de mis años mozos: las interpelaciones de goldmannianos, lacanianos, telquelianos, etc. Todo acabó en tablas. Como Levy Strauss ha reconocido, el estructuralismo nació como un instrumento, no como un paradigma crítico.

En aquel contexto me situé, durante unos años enormemente formativos, en el círculo académico de Lucien Goldmann (1913-1970). Lo relevante del método goldmanniano debe situarse no en su base sociológica marxista, sino en su propuesta ligada tanto al estructuralismo como a los trabajos sobre la génesis del conocimiento de Jean Piaget, lo que desembocó en su  estructuralismo genético. Para llegar a sus últimas concepciones metodológicas, Lucien Goldmann recorrió un camino  propio desarrollando una estrategia intelectual rica y compleja en la que aparecen no pocas de las cuestiones abordadas por la filosofía neokantiana y las técnicas estructuralistas. Goldmann, sin embargo, se quedaría enredado en la controversia marxista. Su propuesta intelectual se verá afectada por sus propios principios ideológicos manifiestamente ligados a las propuestas de Lukács (sobre todo al primer Lukács), desligándose de los contenidos marxistas ortodoxos con los que el pensador húngaro planeó establecer un paradigma estético marxista.

Hasta cierto punto se podría pensar que Goldmann se encuentra en una disyuntiva trágica (según sus propios términos): mantener una fidelidad absoluta al pensamiento marxista (proponiendo lecturas propias del mismo y buscando fórmulas que le permitieran pensar en libertad; de hecho, piensa haberlas encontrado en el joven Lukács) y buscar salidas teóricas propias en las que, cada vez más, aparecían las limitaciones del método marxista. En este contexto, plantea hasta el final de su vida una crítica frontal de la metodología marxista en lo que tiene de método como único objetivo en sí mismo. La ortodoxia metodológica, si bien puede constituir un espacio tranquilizador, no puede justificarse únicamente en ese contexto porque acaba convertida en un sistema encuadrado en el peor positivismo. Su método se estrelló contra un muro que sólo ha desaparecido cuando cayó el de Berlín.

En los últimos años he vuelto a plantearme aquellos problemas, con alguna experiencia más, pero con la misma pasión de los años pretéritos. Así, pues, hablamos de una propuesta hacia un paradigma crítico que responda a cuestiones fundamentales (en este entorno crítico actual tan difuso) partiendo de posiciones propias, aunque ligadas a las últimas posiciones de Goldmann en sus publicaciones póstumas. Las cuestiones esenciales, que justifican estas palabras, están planteadas respondiendo a la perplejidad con que las nuevas generaciones se asoman a la práctica profesional de la crítica y la investigación del Teatro.

Para ello, debemos centrarnos en el Teatro como expresión espectacular del Yo (del autor, del director, del actor, etc.) en el mundo contemporáneo. Su inserción en los paradigmas artísticos es evidente y, con ellos, plantea preguntas fundamentales. Durante los mil años que preceden a las revoluciones contemporáneas (776-1789) la expresión artística occidental ha producido cinco paradigmas formales (románico, gótico, renacentista, barroco y neoclásico). En los dos siglos y medio posteriores la creación de paradigmas formales se ha disparado. Sólo el siglo XIX plantea ya una producción que se iguala con los diez siglos anteriores (romanticismo, realismo, naturalismo y simbolismo, sin mencionar lenguajes artísticos iniciados en la última década del siglo y continuados en el siglo XX como el impresionismo y su proyección en las actitudes vanguardistas).

¿Qué ha pasado para que esto suceda así? A través de esta breve exposición trato de llegar a una respuesta que explique este fenómeno y que nos permita configurar un marco teórico adecuado para el estudio del arte teatral en la contemporaneidad.

La contemporaneidad

La historia contemporánea occidental es ante todo el itinerario hacia la consecución plena de los valores utópicos revolucionarios burgueses: Libertad, Igualdad y Solidaridad. Sus avances y retrocesos, sus conquistas y derrotas, constituyen el caldo de cultivo de las distintas mentalidades que pretenden conservar el orden del pasado (el pasado es, naturalmente un concepto dinámico), ordenar y aprovechar el presente, o construir un futuro que se desvanece al hacerse realidad y ser contrastado con los valores utópicos que lo idearon y definieron. En esta perspectiva, debemos tener en cuenta algunas consideraciones:

   

El concepto de individualismo filosófico (social y políticamente revolucionario), acuñado por las revoluciones burguesas,  proviene de ideales ya enunciados en el Renacimiento y reconsiderados durante los períodos barroco y neoclásico. Así algún sector del mismo se asentará sobre principios artísticos formales ‘recuperados’ del pasado para expresar una ideología radicalmente burguesa (recordemos la pintura de David) y no necesariamente ‘revolucionarios’ (el conflictivo lenguaje pictórico de Goya como pintor de cámara).

La consecución de un grado determinado de consagración en un lenguaje artístico, y su materialización en un sistema político, genera un movimiento pendular que se manifiesta en la aparición de valores estéticos preservadores de las experiencias del pasado —a partir de las cuales elaboran respuestas a la problemática presente y futura—, y radicales (aquellos que niegan al pasado su carácter de referencia sobre la que construir el futuro pero implican la reivindicación —‘conflictiva’— del origen, lo original y ‘auténtico’). En uno y otro caso, debemos señalar que su entidad teórica está más sujeta a formulaciones extra-estéticas de lo que, a primera vista, parece desprenderse de su práctica creadora.

La recuperación de los valores enunciados por la revolución social y política: las actitudes ‘fundamentalistas’ aportadas por nuevos o alternativos proyectos doctrinales o sectarios se transponen al medio de la creación imaginaria casi sin traducción o adaptación, en lo que se refiere a las actitudes artísticas de carácter vanguardista y político.

Precisamente como consecuencia de las reflexiones anteriores, diferenciaremos entre visión del mundo (conjunto de factores que determinan la mentalidad de un grupo determinado) y conciencia (la concreción, en la mente del autor, de los valores y la visión del grupo con que se identifica y desde cuya mentalidad construye su obra). Como consecuencia de esta visión del mundo, se generan las diversas fórmulas estéticas que practican los distintos autores. En ellas proponen alternativas individuales según la conciencia que su experiencia vital ha ido conformando. La selección del lenguaje artístico en que quiere plantear su obra será realizada por el autor teniendo en cuenta todo lo que precede. Elegirá un modo de expresión acorde con sus propósitos, intereses, gustos, etc.

Sociedad cerrada vs. Sociedad abierta

La Contemporaneidad se basa, fundamentalmente, en el Yo como fuente del poder. A partir de la implementación de los postulados revolucionarios Igualdad, Libertad y Solidaridad—, la asociación humana asume la escisión del YO y el ENTORNO y va sustituyendo el viejo paradigma del antiguo régimen. Se podría decir que todo el proceso en el sistema occidental se había dirigido a la creación y consolidación de un marco social humano que protegiera al individuo y al grupo de las inclemencias del entorno. El yo supeditaba sus posibilidades a un sistema de seguridad. Con la llegada de la Contemporaneidad se consolida la perspectiva del Yo y se inicia la implementación de sus potencialidades.

 

La sociedad occidental experimenta así un proceso de apertura (Popper, 1981) en su historia. En el antiguo régimen la asociación humana imitaba la aparente inmovilidad del Entorno y se confundía con él. Era una sociedad cerrada donde el poder emanaba de Dios y éste se lo confería al Rey con la aquiescencia de la Iglesia. Al Yo sólo le quedaba la posibilidad de aceptar su papel de súbdito y actuar en función del mismo.

Con la contemporaneidad se introduce una convulsión revolucionaria que subvierte esta estructura y sustituye a Dios y su testaferro terrenal por el Estado. Éste ya no ejecuta el poder de acuerdo a una voluntad divina sino que lo somete a la Razón (la Ley y su praxis: la Justicia). Este proceso, en realidad, representa la consolidación del Yo, del individuo. El Yo abandona su status de súbdito y acepta la responsabilidad de ser un ciudadano. Esta posibilidad conllevará la capacidad de influir en la administración de ese poder a través del sufragio universal. Se está construyendo una sociedad abierta.

El filósofo austriaco Karl R. Popper ha sistematizado con claridad ambas concepciones: la sociedad cerrada poseía un carácter mágico, tribal y colectivista, la sociedad abierta permite que sus individuos adopten decisiones personales; la sociedad cerrada es una sociedad ‘orgánica’ donde los miembros que la componen están ligados entre sí por vínculos semibiológicos (parentesco, convivencia, tacto, olfato, vista, etc.) sin establecer ningún tipo de competencia; la sociedad abierta, en cambio, es una sociedad ‘abstracta’ y sus individuos se mueven y se esfuerzan por elevarse socialmente, ocupando progresivamente los espacios socio-económicos reservados a otros estamentos (lucha de clases).

De esta forma se abandona una sociedad que, surgida de lo ancestral y gobernada por la irracionalidad, confunde la uniformidad convencional con la uniformidad natural, estructurando así una dinámica que promueve, entre otras cosas, universos simbólicos religiosos que aportan seguridad, emanada de estructuras naturales, al individuo y al grupo. Es la sociedad del tabú donde la responsabilidad se diluye irracionalmente en el colectivo . En la sociedad abierta occidental contemporánea se propone, ya desde sus inicios en sus paradigmas utópicos, una sociedad racional que aceptará la convención y promoverá por ello los cambios sociales. Sus individuos, al tomar decisiones personales, están asumiendo una responsabilidad individual.

Esta sociedad abierta ya no tendrá su origen en lo ancestral, sino en la tensión, en la inquietud, que se produce tras la caída de la sociedad cerrada:

Es la tensión creada por el esfuerzo que nos exige permanentemente la vida en una sociedad abierta y parcialmente abstracta, por el afán de ser racionales, de superar por lo menos algunas de nuestras necesidades sociales emocionales, de cuidarnos nosotros solos y de aceptar responsabilidades. (Popper, 1981,173).

En esta tensión se produce la escisión del Yo y el Entorno. La tensión a que nos referimos es un concepto que engloba varios elementos, entre los que hay que incluir la discordia existente entre el Yo y sus ideales de autenticidad y el Entorno como sistema alienante; la realidad (lo actual) y el deseo (la implementación de los enunciados paradigmáticos fundacionales), pero también el complejo sistema de interacciones existentes entre algunos otros binomios que definen la contemporaneidad: exterior/interior, objeto/conciencia... Así pues, se parte de dos conceptos:

Yo: la perspectiva del individuo que ha sido elaborada por su cerebro ejecutivo y que se convierte en la

medida de la realidad en que está inmerso.

Entorno: el conjunto de señales y circunstancias que, de algún modo, imponen al YO un marco definido de actuación.

En realidad, el proceso global de cambio iniciado por las revoluciones burguesas contiene ya en sus primeros elementos y apreciaciones todo un arsenal de valores enunciados que deben ser implementados con el paso del tiempo; el desarrollo de los valores originales y su implantación cada vez más universal en las distintas sociedades que aceptan y desean desarrollar el nuevo orden. Este proceso de implementación es, al mismo tiempo, causa de nuevas transformaciones y resultado de las acciones personales y sociales sobre el sistema para su transformación continua.

Esta cuestión, que puede resultar evidente a cualquier observador atento de la historia social, política y económica de los últimos doscientos años en el mundo occidental, ha pasado desapercibida, en no pocos casos, para los historiadores de la producción artística. Así, se han establecido sistemas estables y autónomos para comprender fenómenos que son de naturaleza cambiante y de objetivos múltiples en su propio origen. Del mismo modo que la metodología empleada para el estudio de la economía europea de la mitad del siglo XIX resulta insuficiente para explicar los sistemas económicos globales establecidos en el mundo actual o los principios de la física anteriores a la relatividad tienen un valor muy discutido en la física de hoy, parece oportuno pensar que debemos replantear el sistema con el cual deseamos explicar, y no sólo comprender, la producción artística en las diversas etapas de la edad contemporánea. Por ello, nos ha parecido oportuno establecer un conjunto de reflexiones que afectan, a nuestro entender, no sólo al plano de la comprensión de la obra artística sino también al de su explicación.

Con el nuevo orden surgirán nuevas fronteras para el desarrollo del Yo que se verán acompañadas (no necesariamente simultaneadas) por una evolución no menos drástica y constante del entorno creado por el nuevo orden social, económico y político. Mientras en el Antiguo Régimen el Yo y el Entorno tenían un marco determinado y fijo y se desarrollaban de manera paralela y coherente con los principios básicos del sistema, en el Nuevo Régimen el individuo (es decir, el Yo) iniciará un proceso de cambio que va desde la rebelión romántica hasta la formulación del subconsciente como elemento motor de la acción individual en el marco social, pasando por diversas concepciones del individuo y su capacidad de intervenir y cambiar (o preservar) los procesos históricos. Sin embargo, frente a la aparición y desarrollo consecutivo en la historia de los proyectos artísticos durante el Antiguo Régimen, el mundo contemporáneo acepta y mantiene la coexistencia de fórmulas y discursos imaginarios, a veces contradictorios, pero que expresan muy bien la esencia de la Contemporaneidad.

En esta época aparece el fenómeno de la simultaneidad en los estilos y las tendencias artísticas: la creación adopta lenguajes muy distintos (a veces contradictorios) cuya calidad resulta innegable a pesar de expresar conceptos muy enfrentados. Pueden coexistir pintores como Picasso y Dalí, Tapies y Antonio López, estilos como el surrealismo y el expresionismo, conceptos irreductibles como la figuración y el abstracto. Ello es posible como consecuencia del desarrollo de una experiencia artística nueva inaugurada por la Contemporaneidad: el arte en tensión.

Cerebro Ejecutivo: el nuevo Yo

 

El núcleo de la sociedad abierta y contemporánea es el nuevo Yo que activa el cerebro ejecutivo (Goldberg, 2004). Éste es el responsable de que el Yo establezca estructuras y funciones en su relación con el Entorno y de que diferencie la novedad de la rutina. Se trata, en el fondo, de un proceso de adaptación biológica al nuevo entorno donde la capacidad de supervivencia reside en la forma acertada o no de procesar la información y de tomar las decisiones pertinentes en el momento adecuado.

Elkhonon Goldberg ha descubierto que la aparición de este Yo está vinculada al proceso evolutivo que hace desarrollar en la especie humana los lóbulos frontales como órganos de control de la persona.

Según este neurólogo, “como sede de la intencionalidad, la previsión y la planificación, los lóbulos frontales son los más específicamente ‘humanos’ de todos los componentes del cerebro humano” (Goldberg, 2004: 39). Gracias a ellos, el Yo es capaz de formular objetivos y de generar una autoconciencia que regule desde dentro la capacidad de interacción con el exterior.

La formación del neocórtex alrededor del cerebro culmina la evolución biológica de este proceso y cambia radicalmente la forma en que se procesa la información, dotando al cerebro de una potencia y una complejidad computacional mucho mayores. El neocórtex consta de cuatro lóbulos mayores, cada uno de ellos ligado a su propio tipo de información: “El lóbulo occipital trabaja con la información visual, el lóbulo temporal trabaja con los sonidos, el lóbulo parietal trabaja con sensaciones táctiles, y el lóbulo frontal trabaja con los movimientos” (Goldberg, 2004: 48). Los lóbulos frontales son singularmente apropiados para coordinar e integrar el trabajo de todas las demás estructuras cerebrales. Goldberg lo denomina ‘el director de la orquesta’.

La diferencia entre los dos hemisferios cerebrales gira alrededor de la diferencia entre novedad cognitiva y rutina cognitiva (Goldberg, 2004: 59-60). A diferencia del comportamiento instintivo, el aprendizaje, por definición, es cambio. El organismo encuentra una situación para la cual no tiene preparada una respuesta efectiva. Con exposiciones repetidas a situaciones similares a lo largo del tiempo, emergen estrategias de respuesta apropiadas. En una etapa primitiva de todo proceso de aprendizaje el organismo se enfrenta con la ‘novedad’, y la etapa final del proceso de aprendizaje puede considerarse como ‘rutinización’ o ‘familiaridad’. La transición de novedad a rutina es el ciclo universal de nuestro mundo interior. La gran organización que es el cerebro parece consistir en dos divisiones principales: una que trabaja con proyectos relativamente nuevos, y la otra que ejecuta las líneas de producción ya probadas y establecidas. En realidad, cada hemisferio cerebral está implicado en todos los procesos cognitivos, pero su grado de implicación relativa varía de acuerdo con el principio novedad-rutina. (Goldberg, 2004: 68).

Goldberg es consciente de la ambigüedad del mundo en que vivimos. Las elecciones que hacemos no son inherentes a las situaciones que se nos presentan. Son un intercambio complejo entre las propiedades de las situaciones y nuestras propiedades, nuestras aspiraciones, nuestras dudas y nuestras historias: “La libertad de elección es posible sólo cuando la ambigüedad está presente” (Goldberg, 2004: 93-94). De esta forma, el Yo emerge y se manifiesta. A diferencia de los organismos primitivos, los humanos son seres activos más que reactivos. La transición del comportamiento básicamente reactivo al comportamiento básicamente proactivo es probablemente el tema central de la evolución del sistema nervioso. Somos capaces de fijar objetivos, nuestras visiones de futuro. Luego actuamos de acuerdo con nuestros objetivos. Pero para guiar nuestro comportamiento de una forma sostenida, estas imágenes mentales del futuro deben convertirse en el contenido de nuestra memoria; así se forman los recuerdos del futuro (Goldberg, 2004: 139).

 

Nuestro éxito en la vida dependerá críticamente de dos capacidades: la capacidad para intuir nuestro propio mundo mental y el de otras personas. Estas capacidades están estrechamente interrelacionadas y ambas están bajo el control del lóbulo frontal.

Yo Individual – Yo Transindividual

A partir de estas ideas de Goldberg podemos distinguir un Yo individual que activa fundamentalmente el Lóbulo derecho, ya que trabaja con proyectos relativamente nuevos, y un Yo transindividual que activa el Lóbulo izquierdo para  ejecutar las líneas de producción ya probadas y establecidas. El Yo individual diseña estrategias que configuran acciones significativas con las que responde a las agresiones del Entorno. El Yo transindividual, por su parte, genera reacciones, o sea,

sistemas de respuesta a la agresión del Entorno (motivos) que recogen las estrategias positivas del Yo individual (en su búsqueda de los valores fundacionales: autenticidad) y las adopta como fórmula para la adaptación del grupo al entorno cambiante.

Desde la flexibilidad y movilidad que caracterizan a la Edad Contemporánea (frente a la inmovilidad del sistema anterior), el individuo genera una respuesta al variable entorno (del artesanado a la industria, de la servidumbre al proletariado, de la ciudad a la gran urbe, de la familia extendida a la nuclear, etc.) en el que debe sobrevivir, y lo hace de un modo particular, con un estilo personal, que acaba convertido en un lenguaje a través del cual expresa, en el plano de la realidad imaginaria, las noticias y las circunstancias cambiantes y contradictorias del plano de la realidad conceptual, cuyos datos y circunstancias nos revela el estudio de la mediación histórica [1] .

En esta nueva forma de intervención del individuo en los procesos históricos, con su también nueva identidad individual (sujeto y objeto de la historia, percepción diferente de la realidad sensorial), reside la definición del Yo que se inaugura a partir del último cuarto del siglo XVIII en la civilización occidental, y se irá implementando en los dos siglos siguientes.

Contenido en los grandes principios de las revoluciones burguesas, el concepto de persona y su lenta implantación representan un largo camino, no lineal sino realizado desde un constante retorno a los grandes principios que inspiraron aquellas revoluciones. Esta vía transcurre a través de un paisaje constantemente nuevo y en transformación: el Entorno en que evoluciona la experiencia individual (la cual incluye la necesidad imperativa de una transvaloración que afecta a todos los valores, y constituye una visión de la realidad entendida como ruptura y salto respecto a las condiciones imperantes, para conseguir una existencia auténtica, es decir, regida por los ideales revolucionarios contemporáneos).

En dicho Entorno se sitúa el marco para la producción de distintas visiones del mundo. Es el lugar de la acción colectiva y el espacio de las transacciones entre individuos y grupos. Se trata del ámbito histórico de la colectividad que tiene su propia entidad (duración en el tiempo y en el espacio), frente a la parcialidad dispersa y efímera del Yo, que preserva o ataca los valores establecidos aceptando o discutiendo el sistema de alienaciones (existencia inauténtica) a que se ve sometido en su Entorno. La agónica lucha del Yo con dichas alienaciones (ampliamente contempladas por la teoría psicoanalítica) deja huellas indelebles en los productos de la creación artística. Así, por ejemplo, ocurre con las obras de arte en que se critica la tecnificación o la burocratización de las relaciones humanas, consideradas como elementos de una nueva racionalidad represiva propagada, generalmente, desde los espacios institucionales.

La relación problemática del Yo con su Entorno nos parece constituir la base de una realidad cada vez más ligada a la experiencia individual que, por tanto, deja de ser estable y objetiva como en las edades históricas precedentes. El discurso de la Gran Historia se atomiza en múltiples historias particulares cada vez más especializadas (desde la nación hasta el ámbito más local, de la humanidad a sectores minoritarios, de las grandes fuentes historiográficas a los detalles de lo singular y lo cotidiano). Ello contribuye a la falta de valores establecidos de modo absoluto y también a la búsqueda de los mismos.

El ser humano se tiene que ir instalando en la provisionalidad y la inestabilidad como consecuencia de un sistema de valores así caracterizado, que no será ajeno a las manifestaciones efímeras del arte (con su carga de inaccesibilidad al tráfico mercantil), que indagará las posibilidades expresivas de la transitoriedad. En el seno de estos valores se plantearán las opciones del individuo en relación con los demás individuos, formando grupos que promueven mentalidades en constante proceso de realización entre la afirmación y la negación, y el retorno a los ideales de la contemporaneidad.

Teoría de Motivos    

La necesidad de formular nuestra Teoría de Motivos para explicar la génesis de la obra teatral en la contemporaneidad parte, pues, de estas reflexiones y puede ser explicada en dos direcciones opuestas en función de nuestro interés de observación: del Entorno al Yo (producción de la obra) o del Yo al Entorno (crítica de la obra).

En el primer caso, el Yo genera una obra partiendo del Entorno que se configura como el plano conceptual donde la transformación es constante. Esta inestabilidad creará en el Yo una tensión a la que reaccionará significativamente a través de estrategias. Su reacción a la tensión se concreta en una reacción a motivos específicos que deben ser el objeto último de un estudio crítico. El conjunto de estrategias que adopta el Yo individual, en esa búsqueda de la autenticidad, quedan supeditadas a los sistemas de reacciones que el Yo transindividual, a través de diferentes visiones del mundo, ofrece al artista y que constituirán los lenguajes del Arte. La producción final de la obra se ejecutará en el plano imaginario.

En este punto nos hacemos la siguiente pregunta: ¿Cómo sistematizar el estudio, la comprensión y la explicación de la producción artística en el contexto de la tensión existente entre el Yo y el Entorno en la sociedad abierta contemporánea? Nuestra respuesta son las mediaciones. Las mediaciones se plantean en este método como estructuras cuya función consiste en establecer y sistematizar las áreas en que el Yo se relaciona de una manera problemática (tensión) con el Entorno. Una mediación la constituye el conjunto de hechos, ideas y experiencias que afectan al individuo y generan su inserción en un determinado grupo humano de modo permanente, o temporal en el caso de personas cuya orientación ideológica cambia radicalmente en distintos períodos de su vida.

Proponemos tres mediaciones que son el resultado de una necesidad metodológica para la exposición de datos, claramente interrelacionados, que incluyen:

— el proceso histórico (mediación histórica),

— la respuesta consensuada de los diferentes grupos o sectores sociales a este proceso, y su valoración del desarrollo individual, enmarcado en el entorno variable y complejo de la contemporaneidad que desarrolla factores históricos cuya enunciación y práctica transforman la cotidianidad (mediación psicosocial),

— el origen y estructura de los conceptos y de las técnicas aplicadas por los creadores en sus obras y el modo en que un estilo o una actitud artística se corresponde con una mentalidad en un momento histórico preciso (mediación estética).

Si nos centramos en esta última mediación, los lenguajes artísticos que han ido sucediéndose en la historia contemporánea pueden ser sistematizados de la siguiente forma. Habría dos lenguajes del Yo en el XIX que serían el Romanticismo y el Simbolismo, y dos lenguajes del Entorno que serían el Realismo y el Naturalismo. En siglo XX la amplia y diversa actitud vanguardista también podría ser sistematizada en unos lenguajes del Yo —Dadaísmo y Surrealismo (con su epígono Absurdo)— y otros lenguajes del Entorno —Futurismo y Expresionismo—.

En dirección contraria transcurre la observación del modo en el que el Yo recibe la obra de arte. El Yo como receptor accede a la obra de arte en el plano imaginario. En un primer nivel identifica de forma primaria las características de la obra; en el Nivel de Comprensión recurre a la Teoría, la Historia y la Crítica anteriores para decodificar aquellos significados que no dependen de la observación directa. Finalmente, en el nivel más profundo, en la Explicación, el Yo accede a las estrategias que ha utilizado el artista para la configuración de su obra y los motivos que la han alentado, y materializa sus reflexiones en el texto crítico, regresando así al plano conceptual del que partió el artista.

Censura como motivo en la Era de Franco

En este contexto debe situarse la investigación de Berta Muñoz Cáliz que aquí se publica y que constituye un material complementario de su tesis doctoral El teatro crítico español durante el franquismo, visto por sus censores. El trabajo ingente realizado por la Dra. Muñoz constituye un material nuevo e ineludible que materializa la tensión existente en la sociedad española durante la Dictadura del General Franco. Sus datos nos permitirán establecer con más objetividad la andadura del teatro español de aquellos años.

Este trabajo debe enmarcarse también en el contexto del proyecto de investigación de la Universidad de Alcalá que pretende establecer todos los parámetros de la recepción del teatro español durante todo el siglo XX.

Consideramos que es imprescindible esta aportación para establecer las bases de una verdadera historia del teatro español en la que resplandezcan las obras y los autores que supieron transmitirnos su desasosiego personal y sus respuestas a los motivos que la tensión instaurada por el régimen franquista en España infligía a todos los españoles.

 

 

BIBLIOGRAFÍA

Goldberg, Elkhonon (2004), El cerebro ejecutivo. Lóbulos frontales y mente civilizada, Barcelona, Crítica.

Popper, Karl R. (1981) [1945], La sociedad abierta y sus enemigos, Barcelona, Paidós.

 

 



[1] Véase el apartado siguiente de este trabajo para el concepto de mediación.