Berta Muñoz Cáliz
El teatro crítico español...
     

Capítulo segundo

CENSURA Y PRIMERAS VOCES DISIDENTES (1945-1958)

I. El Período de Adaptación (1945-1958)

A partir de la derrota de los países del Eje en la II Guerra Mundial, los dirigentes franquistas intentarán adaptarse a la nueva coyuntura histórica procurando legitimar de cara al exterior el régimen surgido del alzamiento militar [1] . Será entonces cuando se introduzcan una serie de cambios encaminados a despojar al régimen de rasgos fascistas, que, en lo esencial, no afectaron ni a su naturaleza ni a las duras condiciones de vida de los españoles [2] . Algunas de estas reformas se dirigieron a camuflar el carácter totalitario de la censura, aunque también esta continuó funcionando de forma prácticamente igual a como lo había hecho con anterioridad. Pese a todo, estas reformas constituyeron el primer precedente de la “apertura” llevada a cabo en la etapa de Fraga y será ahora cuando suban al escenario los primeros textos que expresan una visión del mundo distinta a la de los vencedores de la guerra civil.

El documento fundamental en el que se materializaría el giro institucional, el Fuero de los Españoles [3] fue, en palabras de Moradiellos, un “sucedáneo de una verdadera carta de derechos civiles y libertades democráticas individuales” que sólo en apariencia reconocía el derecho a la participación política, a la libre reunión y asociación, y a la libertad de expresión, entre otros. Respecto a este último, su artículo 12 establecía que cada español podría expresar libremente sus ideas, siempre que no atentara contra los principios fundamentales del Estado, lo cual, tal como indica R. Gubern, “implicaba que, tanto las restricciones de la Ley de Prensa de 1938, como las de la censura cinematográfica y teatral, eran consideradas perfectamente constitucionales por el legislador, para proteger los principios fundamentales del Estado” [4] . Además, esta “libertad” quedaba restringida por el artículo 33, que declaraba que el ejercicio de éste y otros derechos no podían atentar contra la unidad espiritual nacional y social del país, al tiempo que el artículo 25 capacitaba al Estado para suspenderlos temporalmente en momentos de emergencia [5] .

El franquismo pasó a definirse oficialmente como una “democracia orgánica” y poco después como una “democracia orgánica y católica”, reafirmado así el papel decisivo de la Iglesia. El integrismo tradicionalista católico, también conocido como nacional-catolicismo, desplaza al falangismo e impone un código moral y de costumbres que afectan al conjunto de la sociedad española [6] . Al control ideológico que ejerce la Iglesia a través de la educación y de su amplia red de prensa y radio, se suma ahora el que ejerce a través del aparato censor, en el que cobra una gran influencia gracias al apoyo del ultracatólico Gabriel Arias-Salgado, autor de la célebre frase “Gracias a la censura previa se salvan ahora más almas en España” [7] . Mientras representantes eclesiásticos seguían participando en la censura oficial y se seguía manteniendo la censura eclesiástica, la propia Iglesia quedaría exenta de censura, primero en las obras que trataran sobre asuntos religiosos [8] , y posteriormente, ya en los años sesenta, en todas sus publicaciones.

La situación de aislamiento en que se encontraba España comenzó a modificarse con el comienzo de la guerra fría [9] . A lo largo de los cincuenta el país empezó a experimentar los primeros síntomas de reactivación económica, cuyos efectos sociales fueron evidentes: creció la población, se intensificó el éxodo del campo a las ciudades y se produjo un significativo incremento de las clases medias [10] . Además, el turismo [11] y la emigración, muy pronto adquirirían extraordinaria importancia, tanto en la economía como en la mentalidad de los ciudadanos, contribuyendo a romper el profundo aislamiento de los españoles. A pesar de que durante esta década emigraron un millón de españoles, la censura intentó impedir en un primer momento que esta realidad se abordara en los escenarios. En 1961 se prohíbe La camisa, de Lauro Olmo, si bien al año siguiente conseguiría subir, con algunos cortes, al escenario del Teatro Goya de Madrid.

Entretanto, la paupérrima situación económica había dado lugar a los primeros conflictos laborales, que se multiplicarían en los años sucesivos y serían presentados desde la prensa y los medios oficiales como fruto de la “conjura antiespañola” [12] . En particular, la minería asturiana fue escenario hacia 1958 de recurrentes y masivas huelgas, cuya intensidad llevó a Franco a decretar la segunda suspensión del Fuero de los Españoles y el estado de excepción por cuatro meses [13] . Los intentos de los dramaturgos reformistas de llevar el tema de la conflictividad laboral al escenario también serán abortados por la censura: Buero Vallejo realiza una adaptación de El puente, de Gorostiza, y Alfonso Sastre plantea en Tierra roja un conflicto laboral entre mineros. Significativamente, ambos textos fueron tildados de “revolucionarios” por los censores y prohibidos (en 1952 y 1958, respectivamente). De forma menos evidente, en Historia de una escalera se alude al sindicato al que había pertenecido Carlos, alusión que también fue prohibida.

En las universidades, el clima de ahogo intelectual, la prohibición de cualquier iniciativa que no partiera del Sindicato Español Universitario, única entidad estudiantil tolerada, empieza a provocar los primeros rechazos. Los graves disturbios ocurridos en 1956 [14] precipitaron una crisis de importantes consecuencias, no sólo para la política del gobierno, sino para la progresiva concienciación de muchos españoles. No obstante, también motivarían un retroceso en la experiencia “liberalizadora” por parte del gobierno, que destituyó a los que consideró sus responsables (Ruiz-Giménez y Fernández-Cuesta, ministros de Educación y del Movimiento respectivamente). Tal como señala Moradiellos, las primeras huelgas, junto con los incidentes universitarios de 1956, evidenciaban la existencia de una creciente conflictividad social y laboral, irrefrenable y enraizada en las propias transformaciones estructurales que estaba experimentando el país, y demostraban un cambio notable en la hasta entonces desesperanzada, pasiva y sumisa sociedad española [15] .

A la altura de 1957, ante la inminencia de la bancarrota económica, el gobierno de Franco se vio obligado a abandonar el modelo autárquico y a introducir medidas liberalizadoras. El dictador nombró entonces a un nuevo gobierno en el que los altos cargos más relevantes eran miembros del Opus Dei y formaban el llamado equipo de “tecnócratas”, lo que significaba la postergación definitiva del falangismo y una apuesta clara por el programa político-económico auspiciado por Carrero Blanco. La puesta en práctica del Plan de Estabilización y Liberalización en 1959 supuso un profundo cambio de rumbo en la historia del franquismo, sentando las bases de un espectacular crecimiento económico a partir de 1960 que transformaría radicalmente la estructura social española. De este modo, tal como señala Moradiellos, “paradójicamente, el régimen político que había interrumpido literalmente durante veinte años el proceso de modernización económica y social iniciado en España a finales del siglo XIX, se erigiría así en su nuevo promotor y patrocinador” [16] .

1. Evolución de la censura: primeros intentos de “liberalización” (1945-1951) y apogeo de la censura nacional-católica (1951-1959)

En estrecha relación con la marcha de la economía y de la política exterior, la historia de la censura en estos años se puede dividir en dos subperíodos: uno entre 1945 y 1951, en que depende del Ministerio de Educación Nacional, y otro a partir de 1951, año en que pasa a ser competencia del Ministerio de Información y Turismo, del que dependerá ya hasta el final de la dictadura.

La imagen “liberalizadora” que se quiso ofrecer desde 1945 requería una serie de cambios formales en la censura, lo que motivó el relevo de los falangistas también en este ámbito. Una semana después del cambio de gobierno de 1945 [17] , la Vicesecretaría de Educación Popular, ahora denominada Subsecretaría de Educación Popular, fue retirada de la FET y de las JONS, y pasó a depender del Ministerio de Educación Nacional (en manos del católico integrista José Ibáñez Martín [18] ). A su frente se situó a un equipo encabezado por Luis Ortiz Muñoz, procedente de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas. Tal como señala M. A. Ruiz Carnicer, lo que no cambiaba era el propósito que guiaba a este organismo: “la formación espiritual y cultural de los ciudadanos”, con lo que justificaba su nueva dependencia al proclamarse actividad educadora [19] .

Los católicos propagandistas intentaron introducir una serie de reformas en la censura, que fracasaron en su mayoría. Según Payne, los cambios que se produjeron en esta etapa fueron parciales, mínimos y en algunos aspectos meramente superficiales [20] . En realidad, tal como señala Abella, los medios de comunicación en estos años eran sometidos a una manipulación que llegaba a extremos insólitos:

Fomentada la credulidad nacional hasta hacernos creer que se vivía en un reino de magia donde todo lo insólito podía tener cabida, la lectura de la prensa diaria era una caja de sorpresas en la que, tras mantenernos en guardia permanente contra las asechanzas de nuestros enemigos (la Anti-España), un día se nos asombraba con la existencia del gato hablador [21] .

En julio de 1951 se crea el Ministerio de Información y Turismo, al cual le serían transferidas las competencias de la Subsecretaría de Educación Popular (Prensa, Propaganda, Radiodifusión, Cinematografía y Teatro). Varios autores coinciden en que se produjo entonces un endurecimiento de la censura. Tal como señala Gubern, con la creación de esta nueva cartera, se sustraía el control de la información a Ruiz-Giménez [22] , mientras que al frente del recién creado Ministerio se situó a Gabriel Arias-Salgado. Este nombramiento, según los autores de España actual [23] , supuso el mejor respaldo que la Ley de 1938 pudiera recibir, pues el nuevo ministro no sólo no titubeó en su aplicación durante sus doce años de mandato, sino que, además, llegó en el momento en que se había iniciado la primera ofensiva contra ella, y, sobre todo, esgrimió el argumento más apropiado para mantenerla: Arias Salgado pensaba que la guerra civil aún no había concluido, sino que sus combates se habían desplazado a otro frente, el del pensamiento y la información, lo que justificaba que siguiera vigente la vieja de ley de guerra, tal como corroboran algunas de sus afirmaciones en su obra Política Española de la Información [24] . El ministro acuñó el nombre de “Teología de la Información” para su política censora y se refirió siempre a la censura como elemento necesario para el bienestar de la nación y como garantía de pervivencia de valores y principios eternos [25] . Según los autores de Diez años de represión cultural, la política de Arias-Salgado se caracterizó por el dirigismo más absoluto (censura previa, consignas a la prensa, directores nombrados a dedo) y por la organización burocrática que llevó a cabo de la censura. Sartorius y Alfaya describen la prensa de la década de los cincuenta como “una prensa domesticada, convertida en mera agencia de propaganda de la acción gubernamental”, y añaden:

Buscar la realidad profunda de la España de aquel tiempo en una hemeroteca es tarea más bien inútil, a menos que se quiera hacer una investigación acerca de la abyección y el servilismo que pueden alcanzar los medios de comunicación en una dictadura. La prensa, y no digamos la radio y posteriormente la televisión, eran instrumentos de manipulación política, moral y cultural en los que realmente muy poca gente creía [26] .

No obstante, a pesar del dirigismo gubernamental y de la férrea censura, a mediados de los cincuenta el panorama cultural español estaba ampliándose bajo el impacto del desarrollo del sistema universitario y el crecimiento económico. Elías Díaz señala que entre 1951 y 1956 se inicia una significativa liberalización intelectual: comienza el diálogo con el exilio, se producen las primeras conexiones con el pensamiento europeo y, finalmente, tiene lugar la crisis universitaria [27] . Los estudiantes comienzan a acceder a obras prohibidas, sobre todo a través de ediciones argentinas, de autores como Malraux, Sartre o Camus. En el terreno de la educación, en esta etapa es determinante la presencia en el Ministerio de Joaquín Ruiz Jiménez, cuyo mandato pone fin a la etapa más integrista en la educación de posguerra.

Desde finales de esta década, señala Fusi, la cultura de la oposición desempeñaría —al menos en los ámbitos universitarios— el papel de conciencia crítica de la sociedad, y su sola existencia contribuyó a erosionar los fundamentos ideológicos del franquismo y a crear las ideas y valores sobre los que se sustentaría la futura democracia del país. En este contexto hay que entender el florecimiento del realismo social, que se convertirá en el lenguaje por excelencia del arte comprometido. La literatura de estos años atiende a los problemas de la clase obrera, los braceros del campo, el trabajo en minas y fábricas, el conflicto generacional, la represión sexual y, en general, la sordidez de la vida de las clases populares o el conformismo político de la burguesía; el lenguaje buscó reflejar el habla cotidiana con objetividad casi fotográfica y, aparentemente, sin artificios retóricos; se buscó más el análisis de clases y grupos sociales que la creación de personajes singulares, tal como señala J. P. Fusi [28] . El realismo significaba también el uso de unas formas accesibles a un sector mayoritario de la sociedad, tal como señala L. Iglesias Feijoo en su estudio sobre Buero Vallejo:

Es hipótesis muy plausible que los escritores de posguerra hayan buscado ante todo, y no forzosamente de manera consciente, el restablecimiento de la natural comunicación con el público lector o espectador y que ello, aparte de las personales exigencias estéticas, les haya conducido mayoritariamente hacia formas que no supusieran una ruptura total con la tradición [29] .

En cualquier caso, el grupo de artistas realistas fue significadamente crítico con el régimen. Muchos de ellos se sintieron próximos al marxismo y al clandestino Partido Comunista; la mayoría participaron en actos e iniciativas de abierta oposición al régimen, como la firma de documentos contra la censura, contra la represión y en apoyo de las luchas de obreros y estudiantes; algunos incluso fueron encarcelados por sus actividades políticas, como ocurrió años después con Alfonso Sastre. El realismo social sería, según Fusi, una verdadera y profunda ruptura cultural [30] .

 



[1] Los años comprendidos entre la derrota de los países del Eje en la II Guerra Mundial y 1951 suponen para España una etapa de aislamiento internacional y una prolongación de la dura posguerra en el terreno económico. El gobierno francés cerró la frontera de los Pirineos en febrero de 1946; en marzo, una declaración conjunta anglofrancoamericana expresaba su repudio del franquismo; en diciembre, el Consejo de Seguridad de la ONU acordaba la retirada de los embajadores de estos países de Madrid. Poco después, los países europeos se opusieron a que España entrara en el Plan Marshall y, más tarde, a que fuera admitida en el Mercado Común.

[2] E. Moradiellos habla de “cosmética neutralista” y “pseudodemocrática” para referirse a tales cambios (2000, págs. 95 y 97), mientras que L. Delgado Gómez-Escalonilla utiliza el término “campaña de camuflaje” (1992, pág. 395). Así, Moradiellos señala que Franco realizó este “cambio aparente de fachada”, sin intención de reducir un ápice su poder omnímodo y vitalicio, y cita un testimonio privado del dictador, quien hablaba de una “política de depuración del mimetismo” respecto del Eje, sin llegar a “uncirnos en el carro democrático”. (2000, pág. 104).

[3] BOE, 18-VII-1945.

[4] Gubern, 1980, págs. 15-16

[5] Stanley G. Payne, 1987, pág. 363.

[6] Vid. Payne, 1987, pág. 363; F. Sevillano Calero, 1998, pág. 47.

[7] Citado por E. Moradiellos, 2000, pág. 119.

[8] Payne, 1987, pág. 435.

[9] En 1950, la Asamblea General de la ONU permitió reestablecer las relaciones diplomáticas con España; poco después se firman los acuerdos con Estados Unidos, el Concordato con el Vaticano —que representó el ápice del proceso de identificación pública de la Iglesia católica con el franquismo— y en 1955 España ingresa en la ONU, lo que supuso un paso decisivo en el intento de legitimación del régimen. Según Payne, con el endurecimiento de la guerra fría, Franco parecía estar ganando respetabilidad. Los militares americanos ahora intentaban congraciarse con él, transformándole de “bestia fascista” en “centinela de Occidente”, gracias a su anticomunismo. (Payne, 1987, pág. 411).

[10] Moradiellos, 2000, pág. 116.

[11] A finales de 1950 se daba la noticia de que por España habían pasado 600.000 extranjeros; en 1951 se sobrepasó el millón; en 1952, la cifra fue 1.500.000 y en 1953, 1.700.000. (Abella, ibíd., págs. 181-182).

[12] Entre los iniciadores del plante laboral estaban elementos de las Hermandades Obreras de Acción Católica, fuerza que, en su origen, había sido fiel a las consignas colaboracionistas impartidas desde Acción Católica, entidad a la que Franco recurrió cuando, forzado por la situación internacional, buscó apoyo en el Vaticano. (Abella, 1996, págs. 175-176).

[13] E. Moradiellos, 2000, pág. 123.

[14] Al día siguiente de los disturbios, por vez primera, Franco decretó la suspensión por tres meses de varios artículos del Fuero de los Españoles, además de clausurar la Universidad de Madrid y ordenar la detención de varios estudiantes e intelectuales. La quiebra del orden público produjo el cese inmediato del ministro Ruiz-Giménez, al que se adjudicaba la responsabilidad última de los disturbios, y de Fernández-Cuesta, acusado de incapacidad para controlar a sus afiliados, y su sustitución por dos falangistas fieles, Rubio García-Mina y Arrese, poniendo así punto final a la experiencia “liberalizadora” auspiciada desde 1945. (N. Sartorius y J. Alfaya, 1999, pág. 64).

[15] E. Moradiellos, 2000, pág. 123.

[16] Moradiellos, 2000, pág. 135.

[17] Decreto-ley de 27 de julio de 1945, elevado a Ley por la de 31 de diciembre del mismo año. (José María Salazar López, 1966, pág. 103).

[18] Ibáñez Martín estuvo a cargo de este Ministerio entre 1939 y 1951; esta larga etapa, según Fernando Valls, supuso para la escuela española una “restauración”, una “recristianización”. (F. Valls, 1983, pág. 56).

[19] J. Gracia García y M. A. Ruiz Carnicer, 2001, pág. 79.

[20] Esta “liberalización” se reflejó en una Orden del Ministerio de Educación Nacional referida a la censura de prensa cuyo artículo primero autorizaba a la Dirección General de Prensa a “atenuar” las normas vigentes, si bien el segundo matizaba: “La mayor libertad que, de acuerdo con el número anterior, se concede a los periódicos, no podrá utilizarse, en ningún caso, para atentar contra la unidad de la Patria”. (Orden de 23 de marzo de 1946, BOE, 26-III-1946, pág. 2342). Se permitió una mayor libertad a las publicaciones católicas, aunque no quedaron libres de restricciones; la prensa del Movimiento quedó desvinculada de la Subsecretaría, y se dio mayor margen de maniobra a los directores de los periódicos, a excepción de los de Madrid y Barcelona. Sin embargo, también aumentaron las consignas. (J. Gracia García y M. A. Ruiz Carnicer, ibíd., pag. 78). Además, señala Payne, se censuró severamente a las nuevas Hermandades Obreras de Acción Católica. (Payne, 1987, pág. 379).

[21] R. Abella, 1996, pág. 174.

[22] R. Gubern, 1980, pág. 20.

[23] J. Andrés-Gallego (et al.), 1995, págs. 432-433.

[24] “Nuestro papel de informadores, sabiéndolo o sin saberlo, es una acción de soldado, puesto que todos estamos inmersos en la magnitud del conflicto”; “En medio de un mundo hostil no se pueden abrir las columnas de los diarios españoles a todos los chismes y calumnias”; “A ti, patrón de las Españas sucesivas y de la España permanente —dirá ante el Apóstol Santiago— se ofrecen los españoles que manejan las antiguas y las nuevas armas de la información enriquecidas por la técnica”. (Citado por Andrés-Gallego et al., 1995, ibíd.).

[25] Ibíd., pág. 16

[26] Sartorius y Alfaya, 1999, pág. 42.

[27] E. Díaz, 1983, pág. 61.

[28] J. P. Fusi, 1999, pág. 127.

[29] L. Iglesias Feijoo, 1982, pág. 213.

[30] J. P. Fusi, 1999, pág. 128.